De fondo se escuchan unos cuantos animales, apenas se ve entre la puerta los primeros rayos del sol. Todos estamos dormidos y nos perdemos entre los ronquidos y respiraciones de todo el equipo de misioneros. Estoy a punto de despertar en medio de un pueblo que desconozco. De fijo se ha pasado por mi cabeza el "¿qué estoy haciendo aquí?".
También he pensado qué vamos a desayunar y si el encargado de hacer el desayuno le pondrá buen sabor. ¿Alcanzará para todos la comida?. También pienso en el momento de bañarme. El baño es apenas cuatro latas y una manguera por la que sale el agua. Es incómodo, pero espero aunque sea refrescarme del calor.

Apenas salga, ya debo estar casi listo. No sé donde dejé mi pañuelo y a las siete en punto debo estar en la capilla. ¿Tengo algo que decirle a Dios? Sinceramente no. Pero cuando lo vea si dejaré un espacio para que me explique la primera pregunta: ¿qué hago aquí? No desearía que toda esta semana se pase lente y mal.
Saliendo de la capilla, seguro veré a los misionados y entre todos ellos va a destacar la típica señora del pueblo, Doña Mirta, con su enagua impecable, rostro sonriente, manos pasadas por muchos años de trabajo y su trapito agitador para despistar el calor. Voy a sonreírle y saludarla. Es muy cierto que en estos pueblos es otra vida. Todos se conocen, todos son familia y lo que sobra es la amabilidad.
Siento que mis ojos se van a estar cerrando toda la mañana. Pero un misionero dice que trae buen café para todos. Y después está Juan, el que duerme a mi lado. Este Juan trae todo lo necesario para misionar. Pediré ir con él de visiteo porque no traigo bloqueador y dejé olvidado mis Evangelios. No lo conozco mucho, pero serán tres horas juntos, visitando las casas, ya habrá tiempo de conocernos.
Todo el calor de la caminada va a ser repuesto. No recuerdo casa donde no me hayan ofrecido un "fresquito" de alguna fruta desconocida o de un nombre jamás escuchado, ¡eso que importa! Todos los que recuerdo me han sabido riquísimos. Y seguro me va a tocar caminar por donde Doña Mirta, la señora que ya mencioné.
Mirta le quedan pocos dientes y habla roncamente. Tiene casi 85 años y es un roble. Siempre relata lo mismo para mi tristeza. Uno hijos que no le visitan en su casa, un reciente difunto marido y apenas el arrocito y los frijoles para cada día. A Doña Mirta siempre le digo lo mismo: Ña´Mirta, ¿usted como hace para no perder la sonrisa? ¿Siempre le anda poniendo ganas a la vida?
Ella continúa hablando y aconsejando. Puede que me pierda entre mis pensamientos del momento. Entre los problemas del trabajo y lo aburrido de la vida cotidiana. Entre las heridas que puedo traer en mi corazón y lo mucho que intento encontrar a Dios en todo esto. A veces vuelvo a prestar atención y de todo lo que me dice solo pienso: ¿y ahora yo que le puedo decir a Doña Mirta?
Rebuscaré en mi cabeza la meditación de la mañana, o la reflexión del Evangelio que hicimos en grupo antes de salir al visiteo. Algún comentario de alguien, pero nada encuentro. Juan ni yo somos psicólogos al menos. Así que levanto mi cabeza, veo a Mirta a los ojos y le pregunto un poco retador: ¿dónde ha estado Dios en todo esto?
Nos clavamos la mirada el uno al otro. Veo como se llenan poco a poco de luz los ojos de Doña Mirta y se pinta una sonrisa leve pero profunda en su rostro. "Dios siempre, siempre ha estado aquí. No te fijas que no aguantaría ni la mitad sin Él."
Luego de que me diga eso, de seguro solo voy a tragar mi lección del día poco a poco de la maestra Doña Mirta.
De seguro andaré con ese pensamiento todo el día, Ya será hora de almorzar y luego a preparar las cosas de la tarde. Todo eso tratando de comprender desde esas pocas palabras la profundidad de la fe de esta sencilla señora.
No le buscaré más explicación. He visto y tocado la certeza de sus palabras y la verdad de sus sentimientos. No fue una medicina anestésica, es el eje vertical de su vida. No tendrá ni su título de primaria, pero se nota en todo sentido que es una señora sabia.
Trataré de dejar mi orgullo de lado. Y esta semana tendré que seguir hablando con Doña Mirta para conocer ese rostro de Dios que sigo ignorando, mientras ella ve en mi a un "angelito de Dios que Él me mandó" y yo estaré rebuscando oxidados consejos. Más uno que si queda y que sí transforma: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
Ya tendré tiempo para discutir con Dios sobre esto, ya no serán estadías vacías en la capilla. Dios y yo entraremos en diálogo largo y tendido. Pero en fin. Escucho algo de ruido. Un gallo está cantando. De reojo veo a mi responsable ya listo y con su uniforme puesto. Ya pega directo en mi rostro los primero rayos de sol del día. Inhala fuerte el responsable y ya dice para despertarnos: ¡Cristo Rey Nuestro!